ORIGEN Y DESARROLLO CULTURAL Y ECONÓMICO
El origen de la planta de maíz se remonta, a unos 8000 años. Por los estudios de los restos arqueológicos hallados se ha consensuado que, bien con origen multicéntrico, en cinco regiones distantes (4 en México y 1 en Guatemala), bien con un solo origen en México, el maíz fue domesticado a partir de su antepasado, el “teocintle”.
Pero la base cultural del maíz, y la que moldea el desarrollo de las comunidades indígenas que lo han cultivado desde la antigüedad, es su relación con la fundación de las grandes civilizaciones en América Central, que inició la Cultura Olmeca (entre 1500 y 3000 años a.C.) y su representación en distintas deidades proveedoras.
En la cultura mesoamericana, según la “Leyenda de los Soles”, que explica la creación del mundo, nuestra humanidad sería el Quinto Sol. En esta leyenda uno de los dioses creadores, Quetzalcóatl o Serpiente Emplumada (“quetzal” = pluma, “cóatl” = serpiente), va a ser el referente del maíz en la cultura Olmeca, que las siguientes culturas irán cambiando por otras deidades (Yum Kaax, dios del maíz para la Maya, entre el s. XX a.C. y el s. XV d.C.; Centéotl, dios del maíz, Chicomecóatl o Siete Serpientes (“chicome” = siete, “cóatl” = serpiente), diosa de la semilla seca del maíz, y Xilonen, diosa joven del maíz, para la Azteca, entre 1325 y 1521 d.C.).
Según cuenta la leyenda, los dioses escondían el maíz tras una montaña, el Cerro de las Mieses, a la que los humanos no tenían acceso porque eran custodiadas por el dios de la lluvia. Quetzalcóatl quiso favorecer a los humanos para que pudieran tener buena comida, por lo que se convirtió en hormiga negra y junto con una hormiga roja se fue en busca del preciado alimento. Luego se lo entregó a las personas para que lo cultivaran. De ahí que desde entonces se venerara a Quetzalcóatl como “dios del maíz”.
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Popol Vuh |
El Popol Vuh es un texto recopilatorio transcripción de las historias y leyendas de la cultura Maya en Guatemala y fue escrito en el s. XVI en lengua maya quiché. Es un texto único, aunque se pueden observar varios apartados. En lo que concierne al maíz, el apartado 4º se titula “Creación de los hombres de maíz” y narra cómo los dioses creadores construyeron cuatro hombres con maíz, después de haberlo intentado con barro y con madera y después mujeres para que ambos procrearan. De masa de maíz blanco y maíz amarillo hicieron la carne, brazos, piernas…
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Códice Borgia lámina 53 |
El Códice Borgia es un manuscrito datado entre los años 1200 y 1500 d.C., en México, durante la civilización Azteca, formado por 39 láminas de piel de venado plegadas, con pictogramas policromados por las dos caras, y que se leen de derecha a izquierda. Incluye su forma de vivir, rituales y predicciones. Incorpora los 9 ritos del surgimiento de la luz y del maíz. En él se representan distintos dioses, entre ellos el dios y la diosa del maíz, y la planta de maíz o bien las mazorcas, que están integradas en muchas láminas.
En los pueblos prehispánicos destaca el paralelismo entre el ciclo de las personas y el del maíz, que queda reflejado en el ritual que se hacía al recién nacido, al que se le cortaba el cordón umbilical sobre una mazorca. La mazorca ensangrentada se ahumaba y se guardaba. Cuando llegaba la estación de la siembra se desgranaba y se sembraban los granos en nombre del niño. El maíz que producía se volvía a sembrar y así, año tras año, era el sustento del niño hasta que crecía y él mismo podía cultivar su milpa. Con algunos cambios, este rito aún perdura hoy en día en algunas zonas de México.
Igualmente, en el noroeste argentino (NOA) se cree que los menhires, llamados Mama Zara (diosa del maíz) se ponían en el maizal, para proteger al maíz de vientos y plagas y para hacer que lloviera sobre el campo. Todavía en esta época, en los valles Calchaquíes (provincia de Salta, también en el NOA) se conserva este ritual poniendo grandes piedras como altar a la diosa, en el momento de la siembra, para evitar sequías y heladas. Y en Jujuy (provincia contigua a Salta) se guarda la mazorca más grande de la cosecha y se cuelga en la cocina, esperando que de esta manera la siguiente cosecha sea más fructífera.
En el aspecto lúdico, que además de llenar el ocio de l@s jóvenes y no tan jóvenes de las comunidades, ejerce la función de preservar las raíces y el conocimiento ancestral, el maíz es protagonista de muchos juegos.
En el “juego de la caña de maíz”, del México del s. XVI, y practicado hoy en día en Chiapas, hay 2 equipos de 3 jugadores que tienen que pasar una pelota elaborada con el olote (raquis del maíz) por una portería hecha de caña de maíz. Para ir anotando la puntuación se va desgranando una mazorca de maíz, siguiendo determinadas reglas.
En el “maíz al hoyo”, típico del pueblo de los tzotziles (también en Chiapas, México) y dirigido a la población infantil, utilizan 4 tipos de maíz: blanco, negro, amarillo y rojo. Hay 4 jugador@s, cada cual con el maíz de un color. Se hace un hoyo y van desgranando el maíz y tirándolo al hoyo (si entra, es signo de buena cosecha). Quien consigue introducir más cantidad se lleva todos los granos y será señal de una buena y variada cosecha.
“Las mazorcas” es un juego tradicional vasco que tiene su origen en el trabajo del maizal de sus ancestros. Lo practican jóvenes y mayores de ambos sexos y representa la recogida de mazorcas en la recolección, aunque utilizando palos en lugar de mazorcas. Consiste en recoger las “mazorcas” en el mínimo tiempo, por lo que requiere velocidad y resistencia física.
“Las mazorcas” es un juego tradicional vasco que tiene su origen en el trabajo del maizal de sus ancestros. Lo practican jóvenes y mayores de ambos sexos y representa la recogida de mazorcas en la recolección, aunque utilizando palos en lugar de mazorcas. Consiste en recoger las “mazorcas” en el mínimo tiempo, por lo que requiere velocidad y resistencia física.
En la actualidad, muchas comunidades indígenas campesinas han continuado desarrollando su cultura, a pesar de las limitaciones que tuvieron durante la dominación española y de la presión de la globalización, trabajando el maíz con unas técnicas propias de cultivo, almacenamiento y transformación, utilizando un lenguaje que es identitario pues está relacionado con las peculiaridades de su territorio, de las plantas de su ecosistema, de los materiales y herramientas que usan, de su organización, etc. Su entorno constituye su etnoterritorio, pues en él se enmarca la cultura, sus prácticas y forma de vida, siendo la milpa el eje vital para su supervivencia tanto personal como de su identidad colectiva.
La milpa, como se llama en México y Guatemala, no es sólo un maizal, sino que es un cultivo biodiverso, en el que se plantan también calabazas, frijoles (judías), pequeños tomates, chiles (guindillas) y hierbas silvestres (quelites). Cada planta con su función (soporte, enriquecimiento en nutrientes) y utilizadas luego en la elaboración de las tortillas y otros platos para su alimento, que les ha llevado a tener una cultura gastronómica muy rica.
Milpa |
La milpa es una forma de vida. Todas las integrantes de la familia, todas las personas dentro de la comunidad, participan en su ciclo (preparación de la tierra, siembra, recolección, rituales antes y después del trabajo, fiestas, etc.). La milpa es, por lo tanto, un medio de desarrollo para los pueblos originarios porque fortalece los lazos familiares y sociales, es su sustento y, por lo tanto, les proporciona salud, les permite mantener sus costumbres y creencias y, en los casos de excedentes, les aporta unos ingresos.
En otras zonas andinas, como el Noroeste de Argentina o Bolivia, el maíz también está asociados a otros cultivos formando la chacra, como la papa y el poroto (judía) en Argentina, y el joco (calabaza) y la cumanda (judía) en Bolivia, tanto para la búsqueda de la supervivencia familiar que da el policultivo (Seguridad Alimentaria), como para la sostenibilidad de la tierra y su independencia alimentaria (Soberanía Alimentaria). Igualmente, sus técnicas de cultivo y la conservación de las variedades de maíz, reafirman los aprendizajes heredados de sus ancestros, y en sus festividades y tradiciones el maíz está presente en mayor o menor medida, constatándose, por todo ello, su capacidad de preservar y difundir su cultura.
Los campesinos indígenas son los guardianes de la biodiversidad del maíz, pues gracias a la perseverancia por mantener sus tradiciones, se han conservado multitud de razas con distintos colores, sabores, longitud de la mazorca, textura del grano, diferente contenido en proteínas y en aceite y otras propiedades. Aunque con la invasión española se calcula que se perdió el 80 %, aún existen unas 300 razas en América. La mayoría están en México, Perú y Bolivia y algunos ejemplos son:
§ “arrocillo” (negro y de mazorca pequeña)
§ “ratón” (blanco)
§ “vandeño” (blanco)
§ “olotón” (naranja)
§ “merocho” (amarillo)
§ “mochero” (amarillo)
§ “Kculli” (morado)
§ “tumbesino” (blanco con amarillo y con marrón, con 14 hileras de granos)
§ “morocho” (amarillo o naranja)
§ “hualtaco” (blanco y harinoso)
§ “colorado” (morado y con 10 hileras)
§ “pura” (amarillo y con 12 hileras
§ “chulpi” (rosa fuerte y pequeño)
§ “negro” (morado negro, alargado)
§ “pisingallo” (cónicos y de diferentes colores)
§ “amarillo de ocho” (amarillo-anaranjados y harinosos)
Esta biodiversidad del maíz permite que los países o regiones en las que se cultiva tengan una variedad importante de platos culinarios, de manera que según las características se cocina de una forma o de otra. Así, con el maíz que tiene más almidón (“negro”, “amarillo de ocho”) se elabora harina, se hacen bebidas y picantes; con el maíz de color morado (pisingallo) se hacen las palomitas; con las razas amarillas y blancas se fabrican las tortillas mexicanas; con el “morocho” se hace comida para animales; con el “negro” se hace la chicha (una bebida de maíz fermentado); con maíz de alto contenido en almidón se hace el atole (bebida caliente y espesa hecha por cocción del maíz); con variedades moradas o con amarillas se elabora el api (bebida caliente y azucarada a la que se le añade canela o clavo); con el “chulpi” se hace pan tostado, etc.
En cuanto a comida y bebida a base de maíz, están las tortillas mexicanas hechas con maíz nixtamalizado (también elaboradas en Argentina, Nicaragua, Perú, El Salvador…) conocidas en todo el mundo, las también mexicanas enchiladas, tacos y burritos, las arepas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú; el locro de Argentina y Perú; los tamales de Argentina, Nicaragua, El Salvador, Colombia; las humitas de Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador; la chicha en toda la zona andina, el atole en México, el api en Bolivia, Argentina y Perú, entre otras especialidades culinarias.

En las islas Canarias (España) un alimento básico de los guanches era el gofio, hecho con harina de maíz (o trigo). Fue un alimento muy útil en las hambrunas. En la actualidad se usa para distintos platos, como gofio escaldado a base de pescado, paella de gofio, tortitas dulces o saladas y dulces para el desayuno.
Esta rica variedad de platos y bebidas no sólo es importante para el desarrollo de la salud de la población rural de autoconsumo y para mantener y compartir la cultura de los territorios, sino que amplía las capacidades económicas de los habitantes, ya que es un reclamo para el turismo gastronómico, con lo que tanto productor@s como comerciantes y hosteler@s aumentan sus recursos económicos, lo que en conjunto repercute en todas las facetas de su desarrollo.
Otro modelo totalmente diferente y mayoritario, el modelo agroindustrial, en grandes extensiones de monocultivo de maíz con la propiedad de la tierra concentrada en pocas manos, si bien es una fuente importante de ingresos para toda la cadena de producción, distribución y comercialización, también produce explotación de la tierra con pérdida de fertilidad, contaminación de suelo y acuíferos por agroquímicos y pérdida de biodiversidad y de cultura. Y este resultado está agravado por el uso de maíz transgénico para abastecer la gran demanda mundial.
EL PROBLEMA DEL MAÍZ TRANSGÉNICO
Con el destino mayoritario de ser forraje para animales, obtener biocombustible o fabricar aditivos alimentarios, la producción de maíz es enorme en algunos países. Con datos de FAOSTAT de 2018, EEUU tuvo una producción de 123 millones de toneladas de soja y 392 m.T. de maíz; Brasil 117 m.T. soja y 82 m.T. de maíz y Argentina 37 m.T. soja y 43 m.T. maíz. Y prácticamente la totalidad es maíz genéticamente modificado.
Estos monocultivos han sido favorecidos por los gobiernos a empresas trasnacionales, en detrimento del cultivo tradicional, al que le han quitado subsidios y han dejado de proteger la biodiversidad del maíz.
El maíz transgénico es un organismo genéticamente modificado (OMG) con genes de bacterias, de tal manera que resulta más productivo y resistente a plagas y a herbicidas. A primera vista parece una buena solución a las necesidades mundiales y a la contaminación por agroquímicos. Sin embargo, esconde muchos y negativos efectos secundarios que, repercuten tanto en el Medio Ambiente como en el modo de vida de las comunidades indígenas.
§ Las semillas modificadas tienen patente, que en el caso de la empresa Monsanto se traduce en que en su contrato de venta hay que aceptar no usar ni vender la semilla de la cosecha resultante, por lo que a cada siembra hay que comprar de nuevo la semilla. Esto conlleva una dependencia absoluta de las empresas que los fabrican (Monsanto, Pioneer, Bayer…) con el correspondiente gasto económico y la pérdida de Soberanía Alimentaria. Además, se contrapone con el cultivo tradicional en el que el grano de maíz se usa para comer, pero también para efectuar la siguiente siembra.
§ El maíz transgénico no permite el almacenamiento del grano que necesitan las comunidades indígenas para abastecerse durante todo el año (sólo dura 3 meses). Para poder conservarlo hay que añadirle productos químicos. O sea, para abastecerse o ponen químicos o compran nueva semilla. Lo primero supone contaminación del medio y los dos casos implican merma de la economía.
§ Los campos de maíz transgénico “contaminan” los campos tradicionales por polinización cruzada, ya que los insectos que polinizan no entienden de transgénicos, con lo que de un campo van a otro, el polen del maíz transgénico pasa al maíz nativo y los resultantes son transgénicos.
§ Como el maíz transgénico es resistente a plaguicidas y herbicidas, los cultivos intensivos tienden a usarlos en mayor cantidad para eliminar las plagas y “malas hierbas”, ya que no tienen la limitación de que afecte al maíz. Ello deriva en una menor fertilidad del suelo y una mayor contaminación de la tierra y de las posibles aguas subterráneas que existan.
Si la enorme cantidad de razas de maíz existente se contamina con transgénico, es imprevisible su viabilidad a largo plazo, con lo que ello implicaría sobre la cultura de los pueblos afectados. Por otro lado, una vez detectado un maíz nativo “contaminado”, pasaría a ser propiedad de las empresas trasnacionales comercializadoras, con lo que el maíz nativo dejaría de ser de libre uso y la dependencia de pequeñ@s agricultor@s sería total.
La milpa y la chacra son aglutinadoras de la sociedad indígena en el aspecto del trabajo, social, lúdico e identitario y el maíz transgénico es una amenaza a sus derechos culturales y de alimentación. Los cultivos de maíz transgénico, de los que tampoco está del todo probada su mayor productividad, contaminan el suelo y el agua, atentan contra la biodiversidad y también contra la forma de vida de las comunidades indígenas campesinas que quedan aún en Argentina, por ejemplo, en la zona andina, igual que en Bolivia o, sobre todo, en México (en Chiapas, Oaxaca, Jalisco, Puebla...), en Perú, Bolivia, etc. y merman sus capacidades económicas, debido a la dependencia que se crea hacia las empresas privadas.
En conclusión, es frecuente que los gobiernos, instituciones y empresas apoyen e implementen los avances científicos sin tener en cuenta dónde se aplican y su repercusión en la Naturaleza y en los modos de vida, con una visión homogénea y homogeneizante de un mundo heterogéneo y plural. Y esto queda constatado en el caso del cultivo del maíz.
En conclusión, es frecuente que los gobiernos, instituciones y empresas apoyen e implementen los avances científicos sin tener en cuenta dónde se aplican y su repercusión en la Naturaleza y en los modos de vida, con una visión homogénea y homogeneizante de un mundo heterogéneo y plural. Y esto queda constatado en el caso del cultivo del maíz.
CAPACIDADES POLÍTICAS, DERECHOS HUMANOS Y OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE (ODS)
Después de ver los perjuicios, cualitativa y cuantitativamente, de los monocultivos de maíz de la agroindustria y del maíz transgénico, es esperanzadora la acción de las comunidades en defensa de su alimento cultural. Esto se manifiesta por distintas campañas e iniciativas que difunden la problemática y ejercen una incidencia política para obtener reconocimiento y ayudas por parte de las instituciones públicas.


Por suerte, en algunos países productores de maíz, esta defensa de los derechos al cultivo de la milpa y de la chacra está siendo escuchada por los gobiernos y está traduciéndose en una legislación proteccionista del maíz criollo y en un apoyo institucional a emprendimientos de las comunidades.
Es el caso de México, que con el nuevo gobierno de López Obrador, ha ampliado la protección y el fomento de las razas locales mediante la reciente promulgación y entrada en vigor, en abril de 2020, de la Ley del Maíz (Ley Federal para el Fomento y Protección del Maíz Nativo), que fomenta la creación de bancos de semillas de maíz criollo en las comunidades respetando sus costumbres, además de reconocer al maíz nativo como patrimonio cultural y alimentario nacional y con él los respectivos derechos humanos a la cultura y a la alimentación. Con esta Ley se crea el Consejo Nacional del Maíz Nativo, que integrará, entre otras entidades gubernamentales, académicas y de la sociedad civil, a las comunidades indígenas, ampliando así su capacidad de incidencia en la toma de decisiones políticas que atañen al maíz.
Además, el gobierno también ha apoyado la campaña “Sin maíz no hay país”, en las celebraciones del “Día Nacional del Maíz”, que en la pasada convocatoria de 2019 tuvo una alta representación institucional y manifestó su apoyo a la milpa como herramienta para el derecho a la alimentación y la Soberanía Alimentaria, así como su disposición a luchar contra el maíz transgénico.
Todas estas acciones ciudadanas y el apoyo del gobierno, con las consecuencias prácticas positivas de la Ley del Maíz, influyen en las comunidades reafirmando y haciendo efectivos sus derechos y se traducen en una ampliación de la capacidad de participación política de los pueblos originarios y, por lo tanto, de su desarrollo humano.
El trabajo tradicional de la tierra por parte de las comunidades de todas las regiones y países, junto con el apoyo y las medidas de los gobiernos inciden, además, en la consecución para toda la población, en general, de muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se fijaron en la Agenda 2030.
Así ocurre con el ODS1 (fin de la pobreza) y el ODS 2 (hambre cero), ya que los cultivos proporcionan alimento suficiente para productor@s y consumidor@s e ingresos por excedentes o provenientes del turismo que se atrae en base a la rica gastronomía. Con mayor motivo si se conserva la biodiversidad del maíz nativo, lo que permite la Soberanía Alimentaria, o sea, la seguridad de tener alimento, independientemente de las circunstancias externas del mercado.
Se alcanza el ODS 3 (salud y bienestar) obviamente por tener la comida asegurada y, además, por la combinación que se hace en los cultivos con otros alimentos, de forma que la dieta se equilibra y es más saludable. Esto, los ingresos que puedan percibirse por las distintas vías y la satisfacción de las comunidades por continuar su cultura, además del orgullo general por los valores transmitidos, se traduce en un aumento del bienestar.
Se camina hacia el cumplimiento del ODS 11 (comunidades sostenibles), del ODS 13 (acción por el clima) y del ODS 15 (vida de ecosistemas terrestres), ya que las técnicas de cultivo y las prácticas ancestrales y forma de vida son respetuosas con el medio ambiente, lo que lleva a una conservación de los ecosistemas terrestres (su fertilidad, biodiversidad, protección ante incendios, erosión e inundaciones). El cuidado de la Madre Tierra protege el clima, ya que no emiten contaminantes que influyan en él y, al mismo tiempo, el mantenimiento de los recursos naturales, la no explotación de la tierra, hace posible que las siguientes generaciones puedan seguir con su modelo de vida.
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